Hace
algunos años, cuando estaba aún saliendo de la infancia, en ocasión de una
navidad, un pariente lejano, que a decir verdad frecuentaba muy poco, me regaló
uno de los libros que acostumbro releer con cierta frecuencia. La lectura de Canción de Navidad, de Charles Dickens,
se convirtió para mí en una tradición decembrina recreada, en un hábito
personal que yo decidí adquirir para estas fechas. Posiblemente, debido a mi
apatía por esta época festiva, que llena los corazones de la gente de
consumismo, hipocresía, afán y simples ganas de embriagarse, me he alejado de
todas esas tradiciones obsoletas y he intentado recrear mi propio diciembre, ya
no manifestado en la relación con el entorno sino en una suerte de soledad
productiva. De hecho, la lectura de la historia de Dickens forma parte de esos
ritos navideños, solitarios pero constructivos.
Mi
simpatía por el cuento, por sus imágenes, y por su increíble narración es
incuestionable. Es muy probable que mi deseo de alejarme de toda la baraúnda de
gente que infesta los centros comerciales, de toda esa amabilidad falsa, de
esas insoportables reuniones familiares con parientes que no quisiera volver a
ver, se parezcan a los deseos de Ebenezer Scrooge, el simpático personaje de
Dickens que detesta la navidad. En el cuento, ese anciano cascarrabias y
malhumorado, solitario, rencoroso y avaro, gracias a la visita de tres
espíritus (el espíritu de la navidad pasada, el espíritu de la navidad presente
y el espíritu de la navidad futura) logra convertirse y renovar su fe en la
navidad, mostrando la voluntad de practicar su espíritu cada uno de los días
que le queden de vida. Aunque me parece que Dickens (que es uno de mis
escritores más amados y reverenciados) hubiera podido trabajar un poco más a
fondo ese espíritu rebelde del personaje, llevándolo a narrar una de sus
maravillosas historias sobre el dolor de la gente común, siempre me ha llamado
la atención cómo elaboró la conversión del personaje. Dickens retoma una
constante histórica para las fechas decembrinas: los disfraces de pesebre, los
autos sacramentales, y la performatividad de la religión cristiana forman parte
del rito de rememoración cíclica. Es como si volver a recordar los episodios de
la vida de Jesús a través del espectáculo renovara nuestra fe, nos hiciera
reflexionar sobre nuestra vida y nos convirtiera en mejores cristianos. En Canción de Navidad el autor retoma este
elemento característico de la ritualidad de “nuestra” religión y lo aplica a su
personaje para incentivar en él el deseo de conversión y transformación.
Ya en la
época de Aristóteles, mucho antes de que se hablara de la performatividad
barroca de las fiestas religiosas, se reflexionaba sobre cómo la puesta en
escena influía de forma significativa en nuestro espíritu perturbado. En su Arte Poética, Aristóteles decía que la
tragedia, como espectáculo visual, generaba katharsis
en su espectador, impartiéndole una lección a través de la identificación,
la compasión y la simpatía por los personajes en escena. Ya para este momento,
el espectáculo o la representación de la humanidad, actuaba como un agente de
cambio en nuestras vidas, como una lección impartida que transformaba los
corazones de la gente. Así como nosotros representamos viñetas de la vida de
Jesús para adoctrinarnos sobre los valores cristianos y volverlos a traer a nuestras vidas a través de un examen de
consciencia, también Scrooge, a través del espectáculo que le ofrecen los
espíritus, logra convertirse a los valores originales de su religión. Sin
embargo, Dickens hace de este examen de consciencia algo más profundo: en lugar
de mostrarle escenas de la vida de los profetas para inculcarle al personaje
una visión más cristiana de la vida, el autor retoma el mismo examen de consciencia
resultante de la representación y lo transforma en un espectáculo de índole
religiosa. En efecto, a través de la contemplación de escenas retomadas de su
propia vida (de su pasado, su presente y su posible porvenir), Scrooge logra
rememorar los valores perdidos y cultivar el deseo de ponerlos en práctica
desde ese momento en adelante.
El
espectáculo de los tres espíritus que visitan a Scrooge en Canción de Navidad se muestra increíblemente moderno para la época
de Dickens. Aunque los renombrados franceses aún no habían inventado todo el
aparataje de las proyecciones cinematográficas, Dickens logra retomar esta
estructura, sobreponiendo escenas e imágenes que constituyen el espectáculo que
se le ofrece al cascarrabias de Scrooge. El autor divide la obra en un
preludio, en tres escenas principales y en un cierre final, que se caracterizan
por un acercamiento directo del personaje a las imágenes propuestas. Además de
la subdivisión precisa de estos apartados, digo que Dickens es profundamente
cinematográfico porque el realismo de estas imágenes (en visión, sensación y
sentimiento), justamente, se utiliza como instrumento para que el escéptico
personaje se identifique con la propuesta y se motive, finalmente, a la
conversión.
En la
propuesta escénica de Dickens, la conversión se determina a partir de tres
sentimientos principales, trabajados a través del realismo de las imágenes que
se pasean por los ojos atemorizados de Scrooge. Cada uno de los espíritus que
visitan al empresario londinense se sirve de un arma poderosa, que mediante las
maravillas del espectáculo, logra romper la coraza de este personaje avariento
y rencoroso. Estas tres armas letales para la codicia y el egoísmo son la
compasión, la clarividencia y el terror. El Espíritu de la Navidad Pasada se
sirve de la compasión para que Scrooge logre comprender las raíces de su dolor,
de su alma amedrentada y mezquina. En cambio, el Espíritu de la Navidad
Presente utiliza la clarividencia para sembrar la semilla de la sabiduría en la
mente ofuscada del pequeño empresario. Finalmente, el Espíritu de la Navidad
Futura le enseña a Scrooge el significado del terror, que logra infringir en el
corazón del espectador la incertidumbre de un negro porvenir.
La
visita del Espíritu de la Navidad Pasada, entonces, transporta a nuestro
querido Scrooge de vuelta a su dolorosa infancia. Las imágenes de su pueblo
natal, la maravilla del paisaje, los ruidos de las carretas, de las campanas de
la iglesia y los rostros conocidos desfilan ante los ojos de Scrooge, que
acogiendo ese vendaval de recuerdos tan bien representados, logra regresar, en
cuerpo, mente y alma, a las mismas sensaciones de su infancia. Dickens describe
con particularidad la impresión que todo esto le genera al personaje, que acoge
asombrado todos estos detalles tan reales: “El espíritu le miró
bondadosamente. Su suave contacto, aunque leve y momentáneo, parecía existir
aún en las sensaciones del viejo. Miles de olores llegaban hasta él, flotando
en el aire, cada uno de ellos relacionado con millares de pensamientos,
esperanzas, alegrías y preocupaciones hacía mucho tiempo olvidadas”[1].
De esta forma, el realismo del espectáculo, que sigue siendo representación a
través del contacto con el espíritu, logra revivir los antiguos sentimientos de
Scrooge, que a través de esta visión, se siente bien representado e
identificado.
Este entorno que el personaje visita con tanta sorpresa y
con buena acogida, es el preludio al contacto que Scrooge establece consigo
mismo algunas páginas después. Es como si Dickens, en un primer momento, le
ofreciera a Scrooge un paisaje general para luego ir acercando el lente de la
cámara hacia donde más le interesa; el encuentro del personaje con el auténtico
dolor de su infancia: “Ni uno solo de los ecos vivos de la casa, ni el roce o
el chirrido de los ratones detrás de los lienzos de la pared, ni el gotear de
las gárgolas semiheladas el triste corral trasero, ni un solo suspiro entre las
ramas deshojadas del álamo abatido, ni el inútil bamboleo de la puerta de un
almacén vacío, ni un simple crepitar en el fuego, dejó de llegar al alma de
Scrooge con suavizador influjo que dejara más libre el paso a sus lágrimas”[2].
El increíble escenario que el espíritu recrea del pasado y la exactitud
cinematográfica, completa y envolvente de la imagen, propician el sentimiento
compasivo de Scrooge hacia sí mismo, y hacia la tristeza que lo acallaba en
esos tiempos, comprendiendo de forma mejor su comportamiento actual.
Por otro lado, el Espíritu de la Navidad Presente
adoctrina a Scrooge sobre su horrenda naturaleza a través de la clarividencia.
La misma sombra está dotada de una antorcha, que por donde pasa, alimenta el
espíritu navideño de los paseantes. La luz, como elemento cinematográfico, no
sólo logra defender las imágenes de la rivalidad de la sombra, sino que les
otorga cierta relevancia a determinados ángulos, a ciertos detalles que en un
primer momento podrían pasar desapercibidos. En su viaje por el momento
presente, Ebenezer Scrooge logra contemplar de cerca escenas que en su cotidianidad
pasan completamente desapercibidas. La visita a la casa de Cratchit , su
empleado, le da a conocer las penas por las que pasa su familia. El contacto
con la realidad de su sobrino, lo ilumina sobre los afectos que tiene en su
vida y que persiste en rechazar. El acercamiento a estos cuadros enmarcados,
que también forman parte del amplio paisaje de la realidad londinense,
adoctrinan a Scrooge sobre la práctica de la ignorancia. En efecto, el Espíritu
de la Navidad Presente deja a Scrooge reflexivo con la aparición de dos pequeñas
sombras, que el espíritu define como dos grandes enemigos del hombre: “Este
niño es la ignorancia. Esta niña es la indigencia. Guárdate de los dos y de
todos los de su especie; pero, más que de nadie, guárdate de este niño, porque
en su frente lleva escrita su sentencia, a menos que alguien borre sus
palabras”[3].
Nuevamente un valor se contrapone al otro: la clarividencia que vence la
ignorancia, la luz que vence las sombras y la oscuridad. La visión “real” del
espectáculo, que le otorga al espectador la posibilidad de observar ángulos de
la realidad que pasan desapercibidos, le permite a Scrooge evaluar su
comportamiento, impulsándolo a juzgar su entorno con más sabiduría y
clarividencia.
Finalmente, el Espíritu de la Navidad Futura, adoctrina a
Scrooge a través del terror, que penetrando en el alma rígida y fría del
personaje, le permite, al final, calentar su corazón. La semilla del terror
está en la incertidumbre: esta sombra no habla, no contesta las preguntas de
Scrooge, y con fría indiferencia, rechaza las súplicas de compasión de su
protegido. Dickens describe con proeza el sentimiento del personaje
atemorizado, que se sume ante la irreverencia condescendiente de esta sombra
tenebrosa: “Aunque acostumbrado ya a la compañía fantasmal, a Scrooge le
inspiraba tanto miedo esta figura silenciosa, que le temblaban las piernas, y
observó que apenas podía tenerse en pie cuando se dispuso a seguirla. (…) Le
agitaba un vago e incierto terror al saber que detrás de aquellas vestiduras
había unos ojos fijos en él, mientras que, con los suyos abiertos todo cuanto
podía, no conseguía ver nada más que una mano fantasmal y un enorme montón de
negrura”[4].
En este pasaje, Dickens nos revela otro de sus trucos cinematográficos, que
finalmente, conducirán a Scrooge por los caminos del horror y del arrepentimiento.
Esta primera visión de la sombra, tan incierta y tan tenebrosa, que no habla y
que no mira directamente a los ojos, despierta en el personaje un sentimiento
de incertidumbre que a medida que va tomando contacto con otras imágenes
“fílmicas” crece, conduciéndolo de forma gradual hacia la estruendosa imagen de
su muerte, la más lúgubre y terrorífica de todas. Es así como Dickens,
utilizando los trucos de un espectáculo de terror o de una película de suspenso,
incita a Scrooge a arrepentirse, y a retomar en sus manos el espíritu de la
verdadera navidad.
De esta manera, podemos decir que Dickens resignifica la
función del espectáculo navideño y hace del examen de consciencia una puesta en
escena aún más vívida y efectiva. En esta historia de conversión la realidad de
los detalles, el acercamiento luminoso a ciertos ángulos y el uso del suspenso
como quid narrativo, se convierten en las herramientas más poderosas del
espectáculo para propiciar la conversión de Scrooge. Aunque en un principio el
despertar del personaje coincide con ese maravilloso sentimiento de
trasformación, con una bella y luminosa mañana y con un increíble sentimiento
altruista, dudo que el gruñón de Scrooge, como la mayoría de nosotros, haya
mantenido su promesa de conversión.